Pandemia, aquí y ahora

“Aún entre el odio y la matanza, la vida vale la pena vivirla.” Hayao Miyazaki.

Hoy, 6 de abril, hay reportados 1.342.442 casos de COVID-19 en el mundo, 74.606 personas murieron. 13.341 de estas muertes fueron en España con 136.675 casos confirmados y 16.523 en Italia con 132.547. EEUU pasó la barrera de los 360.000 casos y miles de personas se reportan enfermas o mueren cada día en los países más afectados. En Argentina existen 1.628 casos confirmados al momento, y 53 personas murieron.

Si volvemos atrás en el tiempo, al 3 de marzo, cuando se anunciaba el primer caso confirmado en la Argentina, podemos ver que en el mundo había 92.843 personas infectadas y 3.160 muertes. En España solo había habido una muerte y contaban con 162 personas enfermas, en Italia por su parte hasta el momento sólo había habido 79 muertes y 2.263 infectados. EEUU contaba con 106 casos confirmados en ese momento. Pasó solamente un mes. Es por esto que no hay que enfocarse en los casos o las muertes que se dan hoy, lo que importa es entender cuáles son los caminos posibles para la enfermedad.

Este crecimiento exponencial no es fácil de entender ya que nuestro cerebro no capta instintivamente qué significa la exponencialidad; lo que nos lleva a sentir una falsa seguridad al enfrentarnos a una epidemia. Pensemos que se tardó tres meses en llegar a 350.000 casos confirmados pero sólo seis días para los próximos 350.000. Este es el riesgo de una enfermedad como la que nos aqueja, enfermar en muy poco tiempo a un gran número de la población.

Los virus nos han acompañado durante toda la historia de la humanidad, quizás el más antiguo que todavía recordamos es la viruela que atormentó a los humanos desde hace 10.000 años hasta el año 1980 cuando fue declarada erradicada gracias a la vacunación. Los virus se aprovechan de las células de los organismos vivos para replicarse, cada ser viviente en el planeta tiene algún virus que evolucionó específicamente para usar sus células y su evolución es muy rápida, mutan constantemente y si bien el 99.9% del tiempo no generan cambios significativos, de vez en cuando alguno lo hace.

El salto

De la misma forma que lo hacemos los humanos las aves se enferman de gripe, producto de virus que evolucionaron específicamente para atacar su organismo. En algunas ocasiones este virus puede mutar y pasar a un humano sin generar demasiados problemas para una sociedad, que el virus logre transmitirse de un ave a un humano no significa que pueda haber contagio entre dos personas. Pero, con el suficiente tiempo, una mutación puede aparecer, permitiendo este tipo de transmisión, esto fue exactamente lo que pasó en 1997 en Hong Kong, con el virus H5N1 (la gripe aviar) con brotes en el 2003 en EEUU y en 2014 en Canadá. Esta gripe particular tiene una alta tasa de mortalidad, alrededor del 60%, pero por suerte una baja transmisibilidad.

Como el VIH causa la enfermedad del SIDA, el SARS-CoV-2 es el virus que provoca la enfermedad COVID-19. Este virus no nos llegó de las aves pero sí de un proceso parecido de zoonosis, su origen seria en los murciélagos. No, esto no tiene que ver con una persona comiendo a uno, sino que estos animales funcionan como reservorios de diferentes virus, como pasó antes con el MERS y SARS, que también tienen como origen los murciélagos. Lo más probable es que el contagio lo haya provocado un huésped amplificador, un animal que es infectado por el murciélago y transmite el virus a los humanos. En el caso del MERS seria el camello y en el SARS se piensa que ha sido la civeta. No está totalmente claro el huésped intermedio para este nuevo virus pero todo apunta al pangolin. Este animal es uno de los mamíferos que más se trafica en el mundo y especialmente en China, se lo usa como comida y en lo que llaman “medicina tradicional china”.

Este tipo de práctica que gustan en llamar “medicina”, ha logrado llevar a diferentes animales al borde de la extinción. Esta práctica busca usar todas las partes del animal, en el caso del pangolin lo que más valora son las escamas. Hace poco más de un año, en enero de 2019, se encontró un cargamento de 9.000 kilos de escamas en Hong Kong, el mes siguiente 33.000 kilos de carne de este animal se encontraron en Malasia, lugar de donde proviene el mayor tráfico hacia China y donde su población en los últimos 20 años se redujo en un 80%. Como comida su carne es considerada una delicadeza, un símbolo de estatus social.

De la misma forma que las granjas industriales donde se crían vacas, cerdos y gallinas son espacios propensos a la aparición de nuevos virus y al fortalecimiento de ciertas bacterias, que pueden no sólo diezmar a sus poblaciones sino hacer lo propio con los humanos, estas prácticas de interrumpir en el habitat de los animales no domesticados ya sea por la deforestación, la caza para alimentos o las prácticas renovadas de las “medicinas alternativas”, tienen consecuencias. Siempre está el riesgo latente del caos cuando una mutación completamente aleatoria desencadena los eventos que nos logran poner contra las cuerdas, como en este momento.

Es así que mientras la frontera agrícola siga avanzando, mientras las granjas industriales de animales sean la norma, mientras el planeta siga calentándose y si, mientras viajemos mucho más de lo que hayamos hecho antes en la historia, vamos a seguir dando mayores oportunidades a los virus para que pasen de otros animales a los humanos.

La Negación

Desde que supimos de la existencia de esta enfermedad se ha repetido por políticos y periodistas casi como un mantra que “la mortalidad es baja” y que “no hay que alarmarse”, cabe preguntarse ¿baja en referencia a qué? ¿Porque ante una realidad alarmante no habría que “alarmarse”?

Si lo comparamos con otros virus de la familia Coronavirus podemos encontrar que el SARS infectó a 8000 personas y mato a 774. Su otro pariente, el MERS, hasta ahora provocó 2500 infecciones y 862 muertes. Que la tasa de mortalidad sea menor a otras enfermedades no quiere decir que vaya a haber poca cantidad de muertes; esta nueva enfermedad en sólo tres meses y medio mató a más gente que el número de infectados de MERS y SARS en 17 años, podemos sumar también todas las muertes por Ebola desde 1976 hasta la fecha sin alterar esa afirmación.

En respuesta alguien dirá, cómo se dijo constantemente y hasta el Ministro de Salud repite, “la gripe es mucho peor que el coronavirus”, y rápidamente se tira un número de muertos al año por gripe, que a nadie le importa si es correcto o no, sólo importa poder sentir la seguridad de decir “esto no es importante”.

Irónicamente el mismo argumento se contradice, la gripe es menos contagiosa y mucho menos mortal que la COVID-19. Pero lo más importante es que la gripe se contagia dentro de un segmento de la población que no está inmunizado, ese número de muertes que se repite es sólo sobre un segmento, para este nuevo virus no hay inmunidad ni individual ni grupal. El número posible de infectados es muchísimo mayor.

Lo que queda en evidencia, más allá de la capacidad de hablar por hablar de estos personajes, es la incapacidad o el desinterés en pensar las situaciones que atravesamos a fondo y cómo el miedo puede dibujar una realidad que sea más llevadera y se ajuste con nuestro deseo de no querer ver que esto es realmente grave.

Cuando apareció la gripe española en 1918, que terminó con las vidas de al menos 50 millones de personas, los políticos dijeron “esto es sólo una gripe con otro nombre”, quien era el referente máximo de la salud pública en EEUU desestimó la enfermedad diciendo que “si se toman las precauciones adecuadas, no hay necesidad de alarmarse”.

La primer respuesta del presidente y del ministro de salud en Argentina fue, igualmente, trivializar la enfermedad, porque como decía Ginés González “Argentina es el país más distante de China”, “no hay ninguna posibilidad de que exista coronavirus en Argentina”. En una línea parecida estaba Trump que hasta hace pocas semanas repetía que “lo tenemos muy bajo control”, “el mercado de valores comienza a verse muy bien para mí” intentando frenar la debacle financiera, desestimando la enfermedad como “una gripe fuerte”. Pocos días antes de ser diagnosticado con esta enfermedad el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, bromeaba sobre saludar a los enfermos; “les agradará saber que estrecho la mano con todos y voy a seguir haciéndolo”. Hoy se encuentra hospitalizado.

López Obrador, presidente de México y político de izquierda dice que su país no va a sufrir gracias a la intervención divina, mostrando dos amuletos religiosos, “no nos apaniquemos, y por favor, no dejen de salir” decía en un video hace tan sólo unas semanas, “sigan llevando a la familia a comer, […] porque eso es fortalecer la economía”.

Bolsonaro, presidente de Brasil y político de derecha sigue hablando de la enfermedad como una “pequeña gripe”. Dice que es una “fantasía” exagerada por los medios y sus rivales políticos. Insto a la gente que la enfrente “como hombres, no como niños” poniendo el énfasis en el desarrollo normal de la economía.

Es notorio como los/as políticos/as buscaban negar una realidad que se les venía encima en aras de salvaguardar la economía. El diario del lunes estaba ya en la mesa, se sabía de la enfermedad y de sus consecuencias, esto no fue una novedad. Cuando la realidad los cacheteó salieron a tratar de verse fuertes y a imponer medidas sin importarles las consecuencias, hacer por hacer como se le dice.

Caso especial, aunque no sorprende, es España donde los medios de comunicación desde el primer momento hasta hace un par de semanas se empecinaban en que todo era una exageración. Los políticos de izquierda y derecha hacían lo mismo. El 8 de marzo, Vox (partido de derecha) convocó a un mitin que reunió a 9.000 personas, días después uno de sus líderes se confirmaría infectado. El mismo día se realizó la movilización por el día de la mujer que fue promovida por el gobierno con la ministra de Igualdad a la cabeza. Cuatro días después se confirmaría también su enfermedad.

Se podían ver letreros del tipo “el machismo mata más que el coronavirus”, “no hay peor virus que el patriarcado”, y entrevistas con frases como “esto es mucho más importante que el coronavirus, porque mueren muchísimas mujeres todos los días, incluso más que por el virus”.

Esto es lo preocupante; no tanto lo que digan los políticos, ellos/as tienen sus motivaciones para decir lo que dicen, y nosotros/as tenemos las nuestras. El discurso que se enfocaba en trivializar la enfermedad se repitió a través de los diferentes países como si fuese una verdad universal, “es sólo una gripe”, “si sos joven y saludable no pasa nada” se decía haciendo alarde de la falta de empatía por los más viejos. Los/as más rebeldones tiraban frases poéticas del tipo “la verdadera pandemia es el capitalismo - machismo - desnutrición”, “acá lo que importa es el dengue”, “los medios meten miedo” o alguna otra de las tantas frases que se usan para hablar sin decir nada.

Esto pone de manifiesto lo patético del discurso social que se establece y se repite para reforzar una realidad donde podamos tener todas las respuestas, donde podamos sentirnos seguros/as porque tenemos un marco de referencia que todo lo puede explicar. Pero a la realidad no le importa lo que pensemos o sintamos, este tipo de respuestas dogmáticas o identitarias lo único que logran es aportar a la masturbación teórica colectiva de igual forma que lo hacen los/as filósofos/as modernos/as, otros/as que salieron desesperados/as a vender la novedad tratando de predecir el fin de algo y el comienzo de nada.

La Política

No hay nada como una pandemia para revelar nuestras limitaciones. La humanidad está en constante lucha con la historia de nuestra propia evolución, somos tribales, supersticiosos/as y capaces de abandonar el pensamiento crítico en favor de un líder carismático. El miedo, y sobretodo el miedo a la muerte, actúa como catalizador de estos comportamientos. Cada quien puede inventar o dejarse convencer de cualquier idea, sin importar que base de realidad tenga mientras esta pueda proveer seguridad. Así es como cada gurú de medicina alternativa busca explotar los miedos para tratar de vender su cura milagrosa.

Pero también otra gente está usando esta crisis para promover su propia ideología, derecha, izquierda, anarquistas, el Estado en sus diferentes sabores, todos buscan aprovecharse del miedo como si de marketing se tratase, vender la mejor idea, proporcionar el mejor enemigo. Y en el camino de decir cualquier cosa se terminan diciendo algunas que provocan mareas de acción/inacción que literalmente cuestan vidas.

Cada gobierno ha usado el Estado para imponer su visión del mundo, mostrando similitudes entre quienes se dicen diferentes. Los que contaban con la tecnología necesaria buscaron reconvertir las herramientas de control social para hacer seguimiento de las personas y trazar las posibles rutas de contagio y otros sin disponer de esos medios buscaron en el aislamiento social la solución. Dentro de este grupo están quienes decidieron practicar la caridad con personas y empresas, para así retrasar el conflicto social que desataría la recesión económica que se avecina.

Porque esto es sólo el principio, al menos en esta región con el invierno por delante las cosas van a empeorar mucho antes de mejorar. Esta es la nueva normalidad y es mucho lo que vamos a tener que hacer para poder prevenir la enfermedad hasta que haya una vacuna. Es la realidad que nos toca y es imperativo dimensionar la situación para poder responder lo mejor posible, porque cuando decimos “prevenir” no hablamos particularmente de nosotros/as, sino de los/as nuestros/as, esos/as que en ciertas situaciones son todos/as.

Algunas cosas son necesarias decirlas sin tapujos, no con el fin de profetizar ni dar forma a un futuro que todavía no llega sino como medio de pensar la realidad y nuestra propia injerencia en ella. No debería ser novedad que mucha gente va a perder el trabajo, que posiblemente solo los grandes comercios vayan a sobrevivir, que se va a buscar limitar todo lo posible la capacidad de acción que busque recuperar los diferentes medios necesarios para la vida, los ciclos de la economía ya apuntaban a una recesión mucho antes de esta pandemia, las consecuencias de esta se agravan cada día. Los políticos van a intentar seguir jugando el juego del poder, culpándose o llevándose el crédito depende lo que la situación requiera y si, mucha gente va a morir. Es probable que si nuestra situación alcanza la vivida en Europa alguien que conozcas vaya a morir de esta enfermedad, sabemos que suena terrible pero no está fuera del reino de la posibilidad.

Suena abstracto, y este es el problema de la distancia y los números, cuando todo está filtrado por una pantalla de televisión se convierte, en parte, en un espectáculo. Pero esto no va a seguir así, en unos meses se puede llegar a sentir mucho más personal y muy real para todos/as nosotros/as.

Quaranta Giorni

Muchos animales pueden detectar y evitar a otros miembros de su especie que hayan enfermado aves, monos, langostas, hormigas. Este tipo de comportamiento existe porque el distanciamiento social les ayuda a sobrevivir. Su práctica difiere entre las distintas especies; las hormigas enfermas se aíslan y las sanas se acuartelan para defender a la reina y a miembros vulnerables de su sociedad. Los mandriles evitan todo contacto con los enfermos pero se ponen en riesgo para ayudar a miembros de su familia. Los murciélagos vampiro continúan proveyendo comida a los enfermos pero deciden alejarse de ellos, de esta forma minimizan el contagio pero preservan las formas más esenciales de apoyo social.

Quizás estos comportamientos nos den ciertas ventajas ya que nuestro cerebro no evolucionó a la par que lo hizo la construcción del mundo en sociedad por lo que no nos preocupamos solamente de nuestras familias, los humanos se ponen en riesgo para cuidar a personas que no conocen en el afán de ayudar. Aunque eso les cueste la vida.

Aislar a los/as enfermos para no contraer enfermedades es una práctica que data desde la antigua Grecia y aparece documentada también en el antiguo y nuevo testamento al referirse a la lepra. Pero fue la plaga del siglo XIV que le dio el sentido moderno al concepto de cuarentena, la Peste Negra apareció primero en Europa en 1347. En los próximos cuatro años aniquilaría entre 40 y 50 millones de personas en Europa y entre 75 y 200 millones en el mundo. Algunos años más tarde el puerto de Ragusa (hoy Dubrovnik, Croacia) impuso una norma para los barcos que llegaban de áreas con casos de esta enfermedad, dando nacimiento al termino quarenta giorni. Fue ahí en Ragusa donde se implementó la primer ley para imponer la cuarentena.

Hasta hace poco esta práctica parecía una cosa del pasado en este lado del mundo, en gran parte gracias a la existencia de vacunas y tratamientos que permiten enfrentar y prevenir las enfermedades conocidas, pero ante situaciones extremas como es una nueva enfermedad nuestras acciones son vitales para detener la epidemia. Es necesario el distanciamiento físico para cuidar a los/as otros/as, eso significa cambiar ciertos comportamientos, mantener una distancia que evite la transmisión del virus. Sí tenemos la posibilidad reducir al mínimo el contacto con espacios comunes donde inadvertidamente podemos dejar el virus en superficies y así seguir expandiendo la enfermedad.

El distanciamiento físico no significa aislarnos socialmente, tampoco aislar a otros.

Estos comportamientos no pueden ser impuestos, el Estado sólo puede buscar encerrar segmentos de la población con la esperanza de que la situación pueda ser controlada. Por más ayuda económica o alimenticia que dé un Estado el trasfondo de una directiva es por esencia represivo. Un Estado no puede más que imponer sus leyes y la imposición es siempre por la fuerza, es inocente pensar que las fuerzas de seguridad van a actuar de forma diferente a la que lo hacen cotidianamente por la naturaleza de la amenaza. Quizás se sientan más envalentonados a la hora de distribuir palos en este tipo de ocasiones cuando se sienten con el poder de educar a quienes no respetan la norma, pero su sadismo no es para nada novedoso.

Las disposiciones de los gobiernos no corresponden a una mera dicotomía entre “salud vs economía”, estas disposiciones se basan en que dejar que haya cientos de miles de muertos generaría graves problemas a nivel económico y social. Lo que buscan estas medidas es poder volver lo más rápido posible a una supuesta normalidad controlada dónde ni la salud ni la economía se vean tan castigadas.

Las formas de cuidado reales y efectivas se basan en nuestros comportamientos individuales cuando tenemos la intención de cuidar a los demás. Cuando estos comportamientos se ven desbordados por el miedo, al mismo tiempo que el Estado propone la represión como herramienta moral surge lo peor de cada individuo. Desde amenazar y apedrear las casas de los enfermos, de crear fábulas y escrachar supuestos contagiados hasta denunciar desde un balcón y amenazar a trabajadores de la salud. Este tipo de situaciones se dan en los barrios más pobres y en los más acomodados.

En el medio de estas prácticas está el moralismo progre, ese mismo que se potenció en estos últimos años, ese que habla constantemente de privilegios y ahora de clase, con el único objetivo de no apuntar hacia el privilegio provenido de la explotación y a la clase responsable de ella. De repente, docentes, administrativos, o cualquier trabajador/a asalariado/a son “privilegiados” y se los puede criticar ya que hay gente en peor situación económica. De la misma forma que cuando le dicen que hay que lavarse las manos para prevenir infecciones grita horrorizado que “hay gente que no tiene acceso al agua”, y sólo hace eso, grita horrorizado. Nada más.

Nosotros/as

Hace algunas semanas escribíamos sobre esta situación y proponíamos pre-ocuparnos, todavía creemos estar a tiempo y esa es la paradoja de la contingencia. Nunca vamos a saber si sobre-reaccionamos pero va a ser absolutamente claro si no hicimos lo suficiente.

En este punto lo mejor que puede pasar es que se descubra algún medicamento que pueda evitar algunas muertes, pero eso está por fuera de nuestro control. Hay cosas que están en nuestro control y tenemos que aceptarlas, mantener prácticas de distanciamiento físico, lavarse las manos, ayudar en la medida de nuestras posibilidades a quien lo necesite. Organizarnos para promover prácticas de higiene y cuidado, para asegurarnos de tener todos/as las proteínas y calorías necesarias, cuidar a los/as viejos/as para que eviten exponerse lo más posible. Hay cosas que podemos hacer.

Creemos necesario recordarnos esto porque nuestra salud mental requiere de entendernos en el presente y poder mirar hacia el futuro. Nuestra mente primitiva sabe que algo malo está pasando pero no puede verlo, pueden aparecer pensamientos de familiares o amigos/as que enferman, de la incertidumbre de cómo llevar un plato de comida a la mesa, de los peores escenarios posibles. Nuestra mente es muy buena en ir hacia el futuro e imaginar lo peor, esta es la forma en que nos prepara para lo que viene.

Es importante no desestimar esos pensamientos, pero no dejar que sean lo que nos controle o defina. Uno de los grandes problemas que provocaron los movimientos de “auto-ayuda” es la idea de tener sentimientos sobre lo que sentimos. Nos llegamos a decir cosas como “no debería sentirme triste, porque otra gente está peor”. Podemos, y deberíamos darnos el espacio para poder sentir miedo, tristeza, angustia, enojo, rabia. No somos víctimas indefensas, podemos cuidarnos, cuidar, defendernos y atacar.

Es así que todos/as vamos a ser afectados/as por esto y lo mejor que podemos hacer es estar ahí para los/as demás. Lo que esperamos aprender de todo esto es justamente eso, que cuidarse es cuidar a otros/as, y que estamos juntos/as en esto con los demás animales. Somos una de las millones de especies que ocupan este caldo de cultivo azul que llamamos planeta tierra.

ANARQUISTA - Número 013

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