La pandemia del copyleft

Al parecer necesitábamos una pandemia global para que finalmente los editores otorgaran acceso abierto a obras. Supongo que deberíamos decir… ¿gracias?

En mi opinión fue una buena maniobra de relaciones públicas, ¿a quién no le agradan las compañías cuando hacen el bien? Esta pandemia ha evidenciado su capacidad para fortalecer instituciones públicas o privadas, sin importar qué tan pobre han realizado su trabajo o cómo estas nuevas políticas están normalizando la vigilancia. Pero qué importa, con trabajos puedo vivir de la edición de libros y nunca he estado involucrado en trabajo gubernamental.

Un interesante efecto secundario de esta «amable» y temporal apertura es en torno a la autoría. Uno de los argumentos más relevantes a favor de la propiedad intelectual (PI) es la defensa de los derechos de los autores a vivir de su trabajo. Las justificaciones utilitaristas o laboristas de la PI son muy claras en este sentido. Para la primera, las leyes de PI confieren un incentivo para la producción cultural y, por tanto, para la así llamada generación de riqueza. Para la última, los autores y «[e]l trabajo de su cuerpo y la labor producida por sus manos podemos decir que son suyos».

Pero para las justificaciones personalistas también el autor es el sujeto primordial para las leyes de PI. De hecho, esta justificación no existiría si la autoría no tuviera una relación íntima y cualitativamente distinta con su trabajo. Sin algunas concepciones metafísicas o teológicas sobre la producción cultural, esta relación especial sería difícil de probar —pero esa es otra historia—.

Desde los movimientos del copyfight, copyleft y copyfarleft, mucha gente ha discutido que este argumento oculta el hecho de que la mayoría de los autores no pueden vivir de su trabajo, mientras que los editores y los distribuidores ganan bastante. Algunos críticos demandan que los gobiernos deberían dar más poder a los «creadores» en lugar de permitir que los «reproductores» hagan lo que quieran. No soy fan de esa manera de hacer las cosas porque no pienso que nadie debiera tener más poder —incluyendo a los autores— sino distribuirlo, así como en mi mundo el gobierno es sinónimo de corrupción y muerte. Pero la diversidad de opiniones es importante, solo espero que no todos los gobiernos sean así.

Así que entre los defensores del copyright, copyfight, copyleft y copyfarleft de manera usual hay un misterioso consentimiento acerca de la relevancia del productor. El desacuerdo subyace en cómo este panorama sobre la producción cultural se traduce o debería verterse en políticas, legislaciones u organización política.

En tiempos de emergencia y de crisis estamos viendo qué tan fácil es hacer una «pausa» sobre estas discusiones y leyes —o acelerar otras—. Del lado de los gobiernos de nuevo se muestra cómo el copyright y los derechos de autor no son leyes naturales ni se apoyan más allá de los sistemas políticos y económicos. Del lado de los defensores de estos derechos, el fenómeno pone en claro que la autoría es un argumento que no depende de los productores de carne y hueso, el fenómeno cultural y cuestiones globales… Y también evidencia que hay bibliotecarios e investigadores luchando a favor de intereses públicos; es decir, cuán importantes hoy en día son las bibliotecas y el acceso abierto y cómo no pueden ser resplazados por las librerías (en línea) o la investigación por suscripción.

Me parece muy pretencioso que ciertos autores y editores no estuvieran de acuerdo con esta apertura temporal de su trabajo. Pero no perdamos el punto: esta pandemia global ha demostrado qué tan sencillo es para los editores y los distribuidores optar por la apertura o los muros de pago —¿a quién le importa los autores?—… Así que la próxima ves que defiendas el copyright o los derechos de los autores a vivir de su trabajo, piénsalo dos veces, solo unos pocos han sido capaces de tener un sustento de vida y, mientras piensas que los estás ayudando, en realidad estás haciendo más ricos a terceros.

Al final los titulares de los derechos reservados no son los únicos que defienden sus intereses al hablar de la importancia de la gente —en su caso los autores, pero de manera más general y secular sobre los productores—. Los titulares de obras con copyleft —una versión «chida» de titulares de derechos que hackearon las leyes de copyright— también defienden sus intereses de manera similar pero, en lugar de autores, hablan sobre los usuarios y, en lugar de ganancias, ellos supuestamente defienden la libertad.

Existe una enorme diferencia entre cada posición, pero solo quiero denotar cómo hablan de la gente para defender sus intereses. No los pondría en el mismo saco si no fuera por dos cuestiones.

Algunos titulares de copyleft fueron muy fastidiosos al defender a Stallman. Weyes, al menos desde aquí no reducimos el movimiento del software libre a una persona, sin importar si es el fundador o cuán inteligente o importante ha sido o alguna vez fue. La crítica a sus acciones no es sinónimo de tirar a la basura lo que este movimiento ha hecho —¡lo que hemos logrado!—, como muchos de ustedes trataron de mitigar el asunto al indicar: «Oh, pero él no es el movimiento, no deberíamos hacer un gran problema sobre ello». Su actitud y la tuya son el pinche problema. Ambas dejan en claro lo estrecho de sus miras. Stallman la cagó y se estaba comportando de una manera muy inmadura al pensar que el movimiento es gracias a él o que alguna vez lo fue —nosotros también tenemos nuestras propias historias sobre su comportamiento—, ¿por qué simplemente no lo aceptamos?

Pero en realidad no me importa. Para mí y las personas con las que trabajo, el movimiento del software libre es un comodín en donde se reúnen los esfuerzos relativos a la tecnología, política y cultura para mejores mundos. Sin embargo, la FSF, la OSI, CC y otras instituciones grandes dentro del copyleft no parecen darse cuenta que una pluralidad de mundos implica una diversidad de concepciones acerca de la libertad. O peor aún, han cometido el común error cuando hablamos acerca de la libertad: olvidan que «la libertad quiere ser libre».

En su lugar, han tratado de dar definiciones formales a la libertad del software. No lo tomes a mal, las definiciones son un buen camino para planear y entender un fenómeno. Pero además de su formalización, es problemático atar a otros a tus propias definiciones, principalmente cuando dices que el movimiento es acerca de ellos y para sus necesidades.

Entre todos los conceptos, la libertad es muy truculenta de definir. ¿Cómo puedes delimitar una idea en una definición cuando el concepto en sí llama a la incapacidad, quizá, de cualquier atadura? No es que la libertad no pueda ser definida —de hecho estoy asumiendo una definición de esta—, sino cuán general y estática puede ser. Si el mundo muta, si las personas cambian, si el mundo es en realidad un conjunto de mundos y si la gente se comporta de una manera y a veces de otra, por supuesto que la noción de libertad va a variar.

Podríamos intentar reducir la diversidad de los diferentes significados de la libertad para que pueda ser empotrado en cualquier contexto o podríamos intentar otra cosa. No lo sé, tal vez podríamos hacer de la libertad del software un concepto interoperativo que se adecúe a cada uno de nuestros mundos o simplemente podríamos dejar de intentar tener un mismo principio.

Las instituciones del copyleft que mencioné y demás compañías que se enorgullecen de apoyar al movimiento tienden a no ver esto. Hablo desde mis experiencias, mis luchas y mis angustias cuando decidí usar licencias copyfarleft en la mayoría de mi trabajo. En lugar de recibir apoyo de los representantes de estas instituciones, primero recibí advertencias: «La libertad de la que hablas no es libertad». Después, cuando busqué su apoyo para infraestructura, obtuve rechazos: «Estás invitado a usar nuestro código en tu servidor, pero no podemos hospedarte porque tus licencias no son libres». Compas, no hubiera buscado su ayuda en primer lugar si pudiera, dah.

Gracias a muchos hackers y piratas latinoamericanos, poco a poco estoy construyendo mi infraestructura junto con las suyas. Pero sé que esta ayuda es más bien un privilegio: por muchos años no pude ejecutar proyectos o ideas solo porque no tenía acceso a la tecnología o a tutores. Y peor aún, no tenía capacidad de observar desde un horizonte más amplio y complejo sin todo este aprendizaje.

(Existe una deficiencia pedagógica en el movimiento del software libre que induce a las personas a pensar que es suficiente con escribir documentación y elogiar el aprendizaje autodidacta. Desde mi punto de vista, es más bien la producción de una autoimagen sobre cómo debe ser un hacker o pirata. Además, da mucho pinche miedo cuando te das cuenta que tan masculino, jerárquico y meritocrático puede llegar a ser este movimiento).

Según los compas del copyleft, mi noción de libertad del software no es libre porque las licencias copyfarleft impiden a las personas usar el software. Esta es una crítica común para cualquier licencia copyfarleft. Y también es una muy paradójica.

Entre el movimiento del software libre y la iniciativa del código abierto ha existido un desacuerdo acerca de si se debería heredar el mismo tipo de licencia, como la Licencia Pública General. Para el movimiento del software libre esta cláusula asegura que el software siempre será libre. Según la iniciativa del código abierto esta cláusula en realidad es una contralibertad porque no permite a las personas decidir el tipo de licencia a usar y debido a que es poco atractiva para el emprendimiento empresarial. No olvidemos que las instituciones de ambos lados asienten con el carácter esencial del mercado para el desarrollo tecnológico.

Las personas que apoyan el movimiento del software libre tienden a desvanecer la discusión al declarar que los defensores del código abierto no entienden las implicaciones sociales de la cláusula hereditaria o que tienen diferentes intereses y maneras de cambiar el desarrollo tecnológico. Así que es un tanto paradójico que estos compas vean la cláusula anticapitalista de las licencias copyfarleft como una contralibertad. O no entienden sus implicaciones o no perciben que el copyfarleft no habla del desarrollo tecnológico en su insolación, sino en sus relaciones políticas, sociales y económicas.

No voy a defender al copyfarleft de este criticismo. Primero, no pienso que he de hacer una defensa porque no estoy diciendo que deberían asir esta noción de libertad. Segundo, tengo una dura opinión en contra del usual reduccionismo jurídico sobre este debate. Tercero, pienso que deberíamos enfocarnos en las maneras en como podemos trabajar en conjunto, en lugar de poner atención a lo que nos divide. Por último, no pienso que esta crítica sea incorrecta sino incompleta: la definición de la libertad del software ha heredado el problema filosófico de cómo definir la libertad y lo que esta definición implica.

Esto no quiere decir que me desinteresa esta discusión. Se trata de un tema que me es familiar. El copyright me ha bloqueado el acceso a la tecnología y el conocimiento con sus muros de pago, mientras que el copyleft con los mismos efectos me ha puesto un embargo con sus «muros de licencias». Así que tomemos un momento para ver qué tan libre es la libertad que predican las instituciones del copyleft.

Según Open Source Software & The Department of Defense (Programas de código abierto y el Departamento de Defensa; DoD por sus siglas en inglés), el DoD estadunidense es uno de los más grandes consumidores de código abierto. Para ponerlo en perspectiva, todos los vehículos tácticos del ejército estadunidense usa al menos un pedazo de software de código abierto en su programación. Otros ejemplos pueden ser el uso de Android para dirigir ataques aéreos o el uso de Linux en las estaciones terrestres que operan los drones militares como el Predator o el Reaper —«predator» de «predador» y «reaper» también quiere decir «parca» en inglés—.

Antes de que argumentes que este es un problema del software de código abierto y no del software libre, deberías revisar la sección de preguntas frecuentes del DoD estadunidense. Ahí ellos definen al software de código abierto como «un programa cuyo código fuente legible por humanos está disponible para su uso, estudio, reuso, modificación, mejoramiento y redistribución por los usuarios de ese programa». ¿Acaso te suena familiar? ¡Por supuesto!, ellos incluyen la GPL como una licencia de software abierto y hasta establecen que «un programa de código abierto también debe satisfacer la definición de software libre del proyecto GNU».

Este reporte fue publicado en 2016 por el Centro para una Nueva Seguridad Americana (CNAS, por sus siglas en inglés), un instituto de investigación de derecha cuya misión y agenda está «diseñada para dar forma a las decisiones de los líderes del gobierno estadunidense, el sector privado y la sociedad en pos de los intereses y estrategia de Estados Unidos».

Encontré este reporte después de leer sobre cómo el ejército estadunidense dio un pasó atrás al acuerdo por un millardo de dólares para la adquisición de la «Cúpula de Hierro» después de que Israel se rehusó a compartir su código (fuente en inglés). Me pareció interesante que incluso el autodenominado ejército más poderoso del mundo quedó deshabilitado por cuestiones de leyes de copyright —un potencial recurso para guerras asimétricas—. Para mi sorpresa, esta no es una anormalidad.

La intención del reporte hecho por el CNAS es convencer al DoD estadunidense ha adoptar más software de código abierto porque «de manera general es mejor que su contraparte propietaria […] debido a que se puede tomar ventaja del poder mental de grandes equipos, lo que conlleva a una innovación más rápida, a una mejor calidad y a una superior seguridad por una fracción del costo». Este reporte tiene sus orígenes en la «justificada» preocupación «acerca de la erosión de la superioridad técnica del ejército de Estados Unidos».

¿Quién habría de pensar que esto le podría ocurrir al software libre o de código abierto (FOSS, por sus siglas en inglés)? Bueno, a todos nosotros que desde esta parte del mundo hemos estado diciendo que el tipo de libertad avalada por muchas instituciones del copyleft es muy amplia, contraproducente para sus propios objetivos y, por supuesto, inaplicable para nuestro contexto, porque esa noción liberal de la libertad del software depende de instituciones con legitimidad y de la capacidad de que cada quien tenga propiedad o pueda capitalizar su conocimiento. Ellos son los mismos que han tratado de explicarnos los modelos económicos que tratan de «enseñarnos» pero que no funcionan aquí o de los que dudamos debido a sus efectos secundarios. El micromecenazgo no es fácil de llevar a cabo aquí porque nuestra producción cultural depende demasiado de apoyos gubernamentales y sus políticas, en lugar de vincularse con los sectores privado o público. Y las donaciones no son buena idea por los intereses ocultos que pueden tener, así como la dependencia económica que generan.

Pero supongo que su burbuja tiene que rasgarse para que entiendan el punto. Por ejemplo, las donaciones controversiales realizadas por Epstein al MIT Media Lab o su amistad con algunas personas de CC; o el uso del software de código abierto por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos. Mientras que por décadas el FOSS ha sido un mecanismo que facilita el asesinato de los ciudadanos del «sur global»; una herramienta para la explotación laboral china denunciada por el movimiento anti-996; un muro de licencias para el acceso a la tecnología y el conocimiento de personas que no pueden costearse infraestructura y el aprendizaje que desata, sin importar que el código es «libre» de usar, o la policía de la libertad del software que niega a América Latina y otras regiones su derecho a autodeterminar su libertad, sus políticas sobre el software y sus modelos económicos.

Esas instituciones del copyleft que tanto les importan las «libertades de los usuarios» en realidad no han sido explícitas acerca de cómo el FOSS está ayudando a dar forma a un mundo donde muchos de nosotros no tenemos cabida. Tuvieron que ser centros de investigación de derecha los que declararon la relevancia del FOSS para el arte de la guerra, la inteligencia, la seguridad y los regímenes autoritarios, mientras que estas instituciones se han esforzado en justificar su comprensión de la producción cultural como la mercantilización de su capacidad política. En su búsqueda para que gobiernos y corporaciones adopten el FOSS han hecho evidente que, cuando favorece a sus intereses, hablan de «libertad de los usuarios de software» aunque más bien se refieran a la «libertad de uso del software», sin importar quién es su usuario ni para qué ha sido usado.

Existe una disonancia cognitiva entre quienes apoyan el copyleft que los hace ser muy duros con otros —los que solo quieren alguna ayuda— bajo el argumento sobre si una licencia o un producto es libre o no. Mientras tanto, no desafían la adopción del FOSS hecha por cualquier corporación, e incluso las acogen, sin importar que explote a sus empleados, vigile a sus usuarios, ayude a dinamitar instituciones democráticas o forme parte de una máquina para matar.

En mi opinión el término «uso» es uno de los conceptos centrales que diluye la capacidad política del FOSS hacia una estetización de su actividad. La espina de las libertades del software recaen en sus cuatro libertades: las de ejecución, estudio, redistribución y mejora del programa de cómputo. Aunque Stallman, sus pupilos, la FSF, la OSI, CC y más siempre indiquen la relevancia de las «libertades del usuario», estas cuatro libertades no están directamente relacionadas a sus usuarios. En su lugar, estas son cuatro distintos casos de uso.

La diferencia no es minúscula. Un caso de uso neutraliza y reifica al sujeto de su acción. Cuando se diluyen sus intereses, el sujeto se vuelve irrelevante. Las cuatro libertades no prohíben que un programa se use de manera egoísta, asesina o autoritaria. Aunque tampoco fomentan esos usos. Mediante la idea romantizada de un bien común es fácil pensar que las libertades de ejecución, estudio, redistribución o mejora de un programa son sinónimos de un mecanismo que aumenta el bienestar y la democracia. Pero debido a que estas cuatro libertades no se relacionan a ningún interés del usuario y en su lugar hablan sobre los intereses de uso de software y la adopción de una producción cultural «abierta», esta oculta el hecho de que la libertad de uso en ciertas ocasiones va en contra de los sujetos, incluso hasta utilizarlos.

Entonces, el argumento que señala cómo el copyfarleft niega a las personas el uso de software solo tiene sentido entre dos equívocos. Primero, la personificación de las instituciones —como aquelas que alimentan regímenes autoritarios, perpetúan la explotación laboral o vigilan a sus usuarios— y sus términos de uso que en ocasiones constriñen la libertad de las personas o el acceso a su tecnología. Segundo, el supuesto de que las libertades sobre los casos de uso es igual a la libertad de sus usuarios.

Más bien, si tu modelo económico «abierto» requiere de las libertades de los casos de uso del software en lugar de las libertades de sus usuarios, estamos ya muy lejos de la típica discusión sobre la producción cultural. Me parece muy difícil defender mi apuesta por la libertad si mi trabajo permite ciertos usos que podrían ir en contra de la libertad de otros. Por supuesto este es un dilema de la libertad relativa a la paradoja de la tolerancia. Pero mi principal conflicto es cuando las personas que apoyan el copyleft se jactan sobre su defensa a la libertad de los usuarios mientras hacen micromanagement en torno a las definiciones de la libertad del software de otros y, al mismo tiempo, dan su espalda a las zonas grises, oscuras o rojas sobre las implicaciones de la libertad que tanto procuran. O no les importamos o sus privilegios les impiden tener empatía.

Desde El manifiesto de GNU queda clara la relevancia que tiene la industria entre los desarrolladores de software. No cuento con una respuesta que podría tranquilizarlos. Cada vez se está volviendo más claro que la tecnología no es un mero instrumento que pueda ser usado o abusado. La tecnología, o al menos su desarrollo, es un tipo de praxis política. La incapacidad de la legislación para hacer valer las leyes mientras que las posibilidades de las nuevas tecnologías permiten mantener al statu quo, así como recurren a su auxilio, expresan la capacidad política que tienen estas tecnologías de la comunicación y la información.

Así como el copyleft hackeó la ley de copyright, con el copyfarleft podríamos ayudar a desarticular las estructuras del poder o podríamos inducir a la desobediencia civil. Al prohibir que nuestro trabajo sea usado con fines militares, policiacos u oligárquicos, podríamos forzarlos a que dejen de tomar ventaja y a aumentar sus costos de mantenimiento. Estas instituciones podrían incluso alcanzar el punto donde no puedan operar más o les sea imposible ser tan efectivas como nuestras comunidades.

Sé que suena como a una utopía porque en la práctica necesitamos el esfuerzo de muchas personas involucradas en el desarrollo tecnológico. Pero ya lo hicimos una vez: usamos la ley de copyright en contra de sí misma e introducimos un nuevo modelo de distribución de la fuerza de trabajo y los medios de producción. De nueva cuenta podríamos usar el copyright para nuestro beneficio, pero ahora en contra de las estructuras de poder que vigilan, explotan o matan personas. Estas instituciones necesitan nuestro «poder mental», podemos intentar con rehusárselo. Algunas exploraciones podrían ser licencias de software que de manera explícita prohíban la vigilancia, la explotación o el asesinato.

También podríamos dificultarles el robo de nuestro desarrollo tecnológico y negarles el acceso a nuestras redes de comunicación. Hoy en día los modelos de distribución del FOSS han confundido la economía abierta con la economía del regalo. Otro instituto —el Centro de Investigación de Economía y Política Exterior (EDAM, por sus siglas en inglés)— publicó un reporte —Digital Open Source Intelligence Security: A Primer (Inteligencia de seguridad digital con fuentes abiertas: una introducción)— donde indica que las fuentes abiertas constituyen «al menos un 90%» de todas las actividades de inteligencia. Esto incluye nuestra producción publicada de manera abierta y los estándares abiertos que desarrollamos en pos de la transparencia. Por este motivo la encriptación punto a punto es importante y por eso deberíamos extender su uso en lugar de permitir que los gobiernos la prohíban.

El copyleft podría ser una pandemia global si no hacemos algo en contra de su incorporación dentro de las virulentas tecnologías de la destrucción. Necesitamos una mayor organización para que el software que desarrollamos sea «libre como en libertad social y no solo como individuo libre».

https://perrotuerto.blog/content/html/es/006_copyleft-pandemic.html